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miércoles, 18 de marzo de 2020

El perro que siempre sonreía

  • El perro que siempre sonreía
Luis Rosario
Llegamos a sospechar que era un robot fabricado en China, porque hasta la carita la tenía tirando a asiática. Pero no; era un perro de la vida real, de carne y huesos. Tan de verdad era, que hasta el coronavirus le dio, en versión animal. Lo que confunde a organizaciones de salud y a científicos que se inclinan a asegurar que perros y gatos no son infectados ni infectan. 
De que no era un robot estábamos seguros, pues conocíamos a la madre de la perra, aunque a su padre lo habíamos visto muy poco y todos decían que era el azote del campo y que andaba por las calles como chivo sin ley.
Cuando íbamos al campo nuestro principal pasatiempo era saltar y jugar con Risita que siempre mantenía la cajeta dental en exhibición. Lo gracioso del caso es que todos los que a él se acercaban, en forma espontánea desenfundaban los dientes y comenzaban a hacerle el juego a Risita, como cariñosamente lo llamábamos. 
La cuestión fue que a nuestro perrito, pues era de diminuta estatura, le dio el virus que ha puesto de rodillas a los gobiernos, hasta a aquellos que se creen amos del mundo; paralizando aeropuertos, confinando a la gente en campos de concentración postnazis.
Hasta en cuarentena, pues, hubo que poner al pobre perrito. Pero ¿Saben una cosa? ni siquiera en esa situación el animalito de nuestra historia dejó de sonreír. Le sonreía hasta a un soberbio rottweiler que le ladraba odiosamente cada vez que pasaba cerca del territorio de cuarentena.
Pero algunos días después de su entrada en cuarentena, Risita saltó la verja de su encierro y desapareció hasta el día de hoy. Hemos puesto fotos en los palos de luz y en las paradas de guagua, ofreciendo incluso recompensa a quien nos ayude a ubicar al perrito. Pero, cosa curiosa, la gente lo que hace al ver la foto es sonreír, a veces a carcajadas, frente a la imagen que hemos pegado.
Nunca más hemos vuelto a ver a Risita; pero, desde entonces, cada vez que veo un perro por la calle, después de asegurarme de que no es un robot, le sonrío, aun cuando me ladre. 

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