Por: Rafael Pineda
Esta obra, cuya primera edición fue hecha
en mimeógrafo por la Editorial Mayo en enero del 1945 en Buenos Aires, junto a
“Compadre Mon”, “De este lado del mar” y “Trópico negro”, catapultó al poeta
dominicano que le cantó a la esencia del ser humano, a las cosas simples de la
vida, como uno de los cuatro grandes poetas de América.
“…y yo fui su inspiración”, dice Amanda,
apodada “Chinchina” porque al nacer era una niña tan “chiquita” que cabía en la
palma de una mano, durante una conversación que sostuvimos en esta capital,
Montevideo, la que acostumbro llamar “la ciudad de los vientos”, por las fuertes
corrientes de aire frio que circulan todo el año.
Chinchina me relató parte de la vida que
tuvo junto al poeta padre, cómo era él, quienes fueron los amigos que lo rodearon
en Buenos Aires donde se vinculó a figuras de la dimensión de Pedro Henríquez
Ureña, Ernesto Sábato, Nicolás de Avellaneda, Quinquela Martín, Jorge Luis
Borges, María Belén Luaces, Nélida Pessagno (actual vicepresidenta de la
Sociedad Argentina de Escritores) y Ernesto Sábato, con quien tuvo vínculos
y admiración recíproca; el autor de
Sobre héroes y tumbas le dejó testimonio escrito de su admiración.
Participaba en reuniones de escritores en
el Buenos Aires de los años 40 a las que
también asistía Borges, pero Chinchina asegura que con el autor invidente de El
Jardín de los Senderos que se bifurcan la relación fue diferente: del Cabral no lo soportaba, decía que era soberbio y
además un hombre poco original: El
dominicano estaba convencido de que Borges le plagiaba sus poemas, y lo
rechazaba: “No me hablen de ese plagiador”, solía decir cuando se lo
mencionaban. La verdad, eran dos genios difíciles para entenderse o conciliar
una amistad.
Con el que se llevaba bien y cultivó una
familiar relación fue con el maestro Pedro Henríquez Ureña; éste “le transmitió
las enseñanzas de su humanismo”, sostiene la segunda hija y musa inspiradora
del rapsoda.
Manuel del Cabral escribía de noche, en
máquina y con dos dedos, recuerda Chichina quien fungía como secretaria
particular y correctora de sus textos. Argentina significó mucho, casi todo
para él; escribió en ese país sus mejores libros.
La edición mimeográfica de “Chinchina busca
el tiempo” circuló entre amigos; luego fue creciendo hasta convertirse en libro
de texto acogido por el sistema educativo para escuelas de nivel primario de la
Ciudad de La Plata.
Ignoro cuantos nuevos lectores tendrá este
libro en la República Dominicana, pero a raíz de obtener el Premio Nobel de
Literatura la chilena Gabriela Mistral hace la advertencia de que “Algo está en
deuda con uno de los mayores poetas de nuestra América presente”, y luego
agrega: “Si se me permite la licencia, me aventuro a decir que estos poemas en
donde Cabral evoca la infancia, comienzan en la maravillosa prosa de Chinchina
busca el tiempo. Pocas veces la poesía americana ha llegado a tanta ternura,
transparencia y sentimiento humano como en esta poesía en verso y prosa”.
El destacado académico argentino conocido
por su vocación socialista, americanista y antiimperialista Manuel Ugarte, tras
dedicarle cientos de horas de estudio, escribió el libro “Cabral, un poeta de
América”, sobre su poesía. Ugarte era conocido por una larga trayectoria de
compromiso literario y caminos recorridos junto a José Santos Chocano, Amado
Nervo, Leopoldo Lugones y Rubén Darío, según lo recordó Carlos M. Romero Sosa en un panel al que
asistí en la Feria del libro de Buenos Aires en mayo del 2011, donde intervinieron
Nélida Pessagno y Guillermo Piña-Contreras.
El mismo Romero Sosa mide Compadre Mon con
el Martín Fierro de José Hernández, considerando que incluso Cabral llega más
lejos que el argentino, añorante de pasadas épocas.
Chinchina recuerda los tiempos productivos
de su padre: Amaba Buenos Aires y solía escribir de noche cuando regresaba de
las movidas culturales de esa ciudad. Escribía a máquina, con 2 dedos. En esa
época escribió sus mejores libros y se mostraba orgulloso porque nunca tuvo que
pagar las ediciones; le publicaron varias editoriales, especialmente Losada, la
misma que le editaba a Pablo Neruda.
La metafísica constituye una de las raíces
de sus obras, fundamentalmente presente en el libro “La espada metafísica”
donde da cuenta que Simón Bolívar, mientras cabalgaba, sostenía diálogos
filosóficos y políticos con su caballo.
En la novela El presidente negro predijo
que en los Estados Unidos sería elegido un gobernante de ese color, cosa que,
dada la discriminación racial, se veía como imposible, y se produjo el 2008 con
la juramentación de don Barak Obama.
Contrario a casos como el de Pablo Neruda,
Pedro Mir, Pablo Picasso, Tulio H. Arvelo, Rafael Alberti o Silvano Lora que
fueron militantes comunistas; a la socialista Idea Vilariño, y a otros notables
intelectuales del siglo XX que asumieron posiciones de compromiso político,
cito a Antonio Machado, Juan Gelman,
Mario Benedetti, Eduardo Galeano, siendo los casos más emblemáticos el de
Neruda, que llegó a ser senador de Chile y candidato presidencial, y el de
Silvano Lora, candidato comunista a la alcaldía de Santo Domingo.
En cambio,
Manuel del Cabral fue un poeta sin militancia conocida, pero se destacó por ser
un hombre de avanzado pensamiento social; sin estar comprometido, no se lavó
las manos y asumió el rol de poeta comprometido con su tiempo. En su extensa
poética no hubo resquicio para la indiferencia.
Autor de una poesía coherente, crítica, no
panfletaria, irónica, enfilada contra las injusticias, en defensa de los
humildes, del obrero, del cañero. Su
creación estuvo elevada al nivel de los mejores poetas sociales de ese siglo.
Muchas veces me pregunté cómo pudo él, con
ese pensamiento social, ser representante diplomático de una de las tiranías
más feroces de América Latina.
La conversación con Chinchina aclarar mi
conflicto: Manuel del Cabral fue un hombre que hizo lo que quiso, no le importaron
el poder ni el dinero ni lo que pensaran los demás. Hizo la vida conforme a lo
que pensaba, no a lo que trataran de imponerle la familia, el régimen político
o las circunstancias de pertenecer una clase social rodeada de privilegios.
El poeta pertenecía a la aristocracia
dominicana del siglo XX. Era el tercer hijo de Mario Fermín Cabral y Báez,
senador por Santiago de los Caballeros, tres veces presidente del Senado de la
República entre 1914 y 1955 y uno de los principales colaboradores del régimen
de Trujillo.
Además, es hermano de Altagracia, la
adolescente que por largos años se autoexilió de la República Dominicana y que,
ya una mujer, trabajó como traductora oficial del Senado; la misma que el escritor
Mario Vargas Llosa pone, bajo el nombre de Urania Cabral, como personaje
principal de la novela “La fiesta del chivo”.
El senador, identificado en “La fiesta del
chivo” como “Cerebrito”, quería que su hijo fuera abogado. Pero Manuel era el
vástago rebelde, quería ser poeta y marchó a Nueva York en busca de su sueño.
Allí trabajó como obrero. Un día su padre lo convenció para que aceptara ser
parte del Servicio Exterior Dominicano; así fue como, el 1937, con el rango de
secretario de primera clase, zarpó desde la urbe neoyorkina para Buenos Aires, la
ciudad donde se encontró con su destino.
En 1940 se casó con la ciudadana Alba Rosa
Cornero; tuvieron que viajar a Uruguay para la boda porque en Argentina no
existía la ley de divorcio. De ese matrimonio nacieron cuatro hijos: Amelia, Amanda,
Peggy (actual embajadora en Roma) y Alejandro (presidente de la Fundación
Manuel del Cabral).
De Buenos Aires fue transferido a Colombia
donde, recién llegado, lo sorprendió el Bogotazo el 9 de abril de 1948 teniendo
que salir ante el inesperado brote de violencia política, con destino a España;
de allí a Brasil, y otra vez de vuelta a Argentina.
En ese país estuvo hasta que el 16 de
setiembre del 1955 se produjo en Argentina un cruento golpe de Estado; cae el
gobierno, se instala una dictadura cívico militar; se rompen las relaciones diplomáticas
y Juan Domingo Perón pide asilo en la República Dominicana.
Manuel del Cabral se ve en el dilema de
tener que regresar a su país con 2 hijas adolescentes y una esposa bella.
Regresar significaba exponer su familia a los caprichos de Trujillo (“el
jefe”); entonces decide renunciar al Servicio Exterior; pide asilo político en
argentina, asumiendo los riesgos que ello implicaba. Ante esa decisión, su
padre, Fermín Cabral, renuncia públicamente a la paternidad del hijo rebelde.
Omitido paternalmente, permaneció, junto a
su mujer e hijos, refugiado en Argentina. En 1963 se instauró la primera democracia
dominicana con la presidencia del profesor Juan Bosch quien lo designa
embajador en Chile. Siete meses después un golpe de Estado saca del poder a
Bosch, se produce una rebelión popular y Estados Unidos ejecuta su segunda
intervención armada contra la República Dominicana.
El poeta, indignado por ver miles de
soldados extranjeros invadiendo a su isla pequeña, escribe en Chile el emblemático
libro “La isla ofendida”. Poco después el gobierno de facto, encabezado por un
Consejo de Estado, toma represalia contra él y lo destituye. Regresa a la
Argentina donde permanece sin empleo hasta el 1966 año que Joaquín Balaguer,
instalado en el gobierno por las fuerzas de ocupación, le devuelve la plaza en
Buenos Aires con el rango de ministro consejero.
En los 80 regresa definitivamente a la
República Dominicana donde, el 1992, a los 85 años, recibe el Premio Nacional
de Literatura.
Amanda (Chinchina) retiene lindos recuerdos
de su padre, fallecido el 14 de mayo de 1999. Dice que su vida junto a él fue
diferente a la de los demás niños porque no fue un hombre común, y porque le
enseñó los valores intrínsecos de la libertad.
En estos días que se conmemora el 112
natalicio de Manuel del Cabral, ha sido muy importante recordar junto a su
hija, café caliente por medio, a quien, como dijera María Belén Luaces, “es
junto con Neruda, Vallejo, Huidobro, Guillén y otros tan renombrados, uno de
los cimientos en que se sostiene la más alta poesía iberoamericana de nuestro
tiempo”.
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