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martes, 28 de septiembre de 2021

Haití requiere reunión de Cancilleres OEA



Por: Ángel Lockward

SANTO DOMINGO.-Por prime­ra vez desde 1822, cuan­do se pro­dujo la in­vasión haitiana, América parece estar en condicio­nes de abordar el proble­ma haitiano, definido por el presidente Abinader en la reciente Asamblea Ge­neral de la ONU, como un problema regional; se han unido México –afec­tado recientemente como puente a Estados Unidos– y Panamá. Hace poco, el tema fue objeto de debate en Chile y, ya hay algunos problemas en Colombia y Brasil.


Haití, aquejado a lo lar­go de su historia, como otros países del continen­te, por gobiernos militares, se debió suponer que cerró –penúltimo en América– ese ciclo en 1986 con la sa­lida al exilio hacia Francia, de Jean Claude Duvalier, pero eso no sucedió.


Gobiernos de fac­to, elecciones frustradas y golpes de Estado has­ta la ascensión, en 1991, de Jean Bertrand Aristide destituido poco después por los militares: La reac­ción internacional fue casi unánime, fuerte, incluyen­do embargo y bloqueos que tres años más tarde produjeron el retorno del destituido y la disolución del Ejército, una institu­ción que existía en Hai­tí desde su fundación, dos errores gravísimos frutos de una buena intención política llena de ignoran­cia histórica y cultural.


El siguiente presiden­te, Rene Preval, inició su mandato (1996-2001) lle­no de buenas intenciones, en cierta forma frustradas por la división política del grupo Lávalas liderado por Aristide, quien se presentó al término del período y ga­nó las elecciones: Esta vez (2001-2004) fueron los Es­tados Unidos los que propi­ciaron su salida enviándolo al exilio a África: Durante todo ese tiempo hubo inter­vención extranjera, pues no se contaba con ejército, ni policías locales.


Preval volvió a ser electo y sobrevino el terremoto del 2010 con efectos terribles; República Dominicana, co­mo era su deber, fue la pri­mera en llegar con asistencia masiva y, el mundo, practi­cando el turismo de catástro­fes, alimentó el principal ren­glón económico de ese país que es la miseria como mate­ria, como pretexto de las or­ganizaciones internacionales y los empresarios y políticos haitianos.


Esa nación estaba enton­ces intervenida por Naciones Unidas a través de la Minus­tah que luego de gastar miles de millones de dólares, hubo de marcharse tras su fracaso total, pues a su salida dejó el espacio listo para que se for­talecieran las nueve (9) ban­das criminales que tienen el control de todo el territorio, atracando, secuestrando, ro­bando, cobrando peaje al trá­fico de drogas y la venta de armas.


El período de Martelly (2011-2016), cantante ele­gido presidente, sufrió las mismas falencias que los pre­vios, la principal derivada de un sistema político extrema­damente fraccionado en que el Presidente de la Repúbli­ca –que es solo Jefe del Esta­do– para formar Gobierno a través del Primer Ministro, como Jefe del Gobierno, re­quiere de hasta 14 partidos políticos representados en el Parlamento, un órgano muy corrompido que casi siempre caduca por falta de eleccio­nes a tiempo.


Por este sistema político, complejo, impropio de un país sin los rudimentos de­mocráticos básicos, esa Re­pública –con gente pero ca­si sin ciudadanos– ha sabido estar hasta 23 meses sin Go­bierno y, es el que deseaba cambiar mediante una mo­dificación constitucional el último Jefe del Estado, Jo­venel Moise: Nótese que el día de su asesinato –aún sin resolver–, debió ser su­cedido por el Presidente de la Corte de Casación, quien había muerto, por el Primer Ministro, quien estaba des­tituido, por el Primer Mi­nistro designado, quien al estar caduco el Parlamen­to, no podía ser ratificado, eso sólo se ve en la patria de Toussaint.


Desde hace 34 años cuan­do se marchó el último Pre­sidente Vitalicio todos los indicadores económicos y sociales de esa nación, la ra­cialmente más pura de Amé­rica por efecto de su Consti­tución que requería el color negro como requisito para conceder la nacionalidad, han desmejorado sostenida­mente, no obstante los miles de millones de dólares que la comunidad internacional ha invertido: Haciendo más de lo mismo no se obtendrán re­sultados distintos, no se trata de elecciones... libres, obser­vadas, participativas y otros cuentos propios del que tie­ne comida, medicinas, techo, trabajo y alguna esperanza de mejoría. En Haití hay 11 millones de personas, que ca­da día tratan de sobrevivir... no de ciudadanos con debe­res y derechos que ejercer; si la hipocresía política con­tinental no admite esa rea­lidad, todo lo que se haga es inútil, seguiremos perdiendo el tiempo y dejando empeo­rar el problema.


Luis Abinader presentó bien el tema, fue oportuno y logró llamar la atención de otros mandatarios del conti­nente; él, no podía pedir una intervención –contraria a la política dominicana de no intervención–, ni presentar la idea de un fideicomiso in­ternacional para un vecino, que es lo que hace falta: Esos planteamientos son propios de los ciudadanos, politólo­gos, investigadores, miem­bros de organismos, no de los jefes de Estado.


El Presidente dominica­no no podía –pues la ver­dad suele ser ofensiva– de­clarar lo que ha establecido Fund For Peace desde el año 2005 a lo largo de 16 años, que Haití es un Estado falli­do colocado en el 2021 en el lugar 14 del mundo, el único americano en los pri­meros 25, con el triste ín­dice de 97.5 por su presión migratoria, de emergencia humanitaria, sentimientos étnicos, fuga de cerebros, pésimo desarrollo y severo declive económico, crimi­nalidad, deslegitimación del Estado, progresivo de­terioro de los –casi inexis­tente– servicios públicos, ausencia de Estado de De­recho, ausencia de apa­rato de seguridad e inter­vención extranjera, entre otros.

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